¿Quedamos a tomar café?

Yo me dispongo a tomarme algún que otro cafetito mientras tecleo, intentando pensar con cada sorbo y escribir entre uno y otro disfrutando de un momento especial en el que pueda volcar ideas, opiniones, sobre libros, música, imágenes, dar rienda suelta a algún que otro desvarío, desahogar algún grito, espero que también algo de humor, a través de esta gran ventana virtual.

Abierta queda. Si alguien quiere tomarse un café conmigo bienvenido sea.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Cóctel extraordinario de navidad

No hay nada mejor para empezar con buen pie la navidad y el año nuevo e incluso en algún caso excepcional una vida nueva, que un buen cóctel navideño. Tomen nota de la receta y ¡cuidado!, que aunque de elaboración aparentemente sencilla es dificilísimo acertar con la proporción y habilidad precisas para un resultado óptimo. ¡Pero lo que no se intenta no se consigue!




INGREDIENTES:

-UNO O VARIOS DÉCIMOS DE LOTERÍA (calcular al menos uno por persona que luego pierden mucho cuando el tito de hacienda viene a reclamar su parte).
-UNA PIZCA O DOS DE SUERTE (no me seáis listillos que echar más no sirve de nada, ya os lo digo yo).
-UN PUÑAO DE SALUD DE CALIDAD SUPREMA (que no os den gato por liebre, certificada con denominación de origen o no hacemos nada).
-UN CUCHARADA DE AZÚCAR (es facultativo pero si falla lo demás es mejor que al menos esté dulce).
-UN CHORREÓN DE LICOR AL GUSTO (imprescindible: como catalizador de alegrías o bálsamo quitapenas).
-UN BUEN MANOJO DE SONRISAS FRESCAS (se multiplicarán si fermentan bien, pero son volátiles y pueden perderse en el proceso).

ELABORACION

Se echa todo junto al bombo mágico, calcular el tamaño en función del número de décimos que vayamos a utilizar, se le da a la manivela hasta que te de vueltas la cabeza y en el momento preciso en que creas que no puedes soportar ni un segundo más el ruido que genera la cocción, paramos de dar vueltas y empezamos a servir en la copa, pero ¡atención! que viene una parte crucial para que la mezcla no se corte, hay que servirla con los ojos cerrados y atinar a cerrar la boquilla antes del desbordamiento del recipiente (creo que este paso es la madre del cordero).

Ahora, sin más preámbulos, nos lo tomamos de golpe, sin enfriar ni nada.

POSIBLES RESULTADOS DE LA CATA

1.- Si la proporción de suerte es la acertada, el efecto será inmediato. Notarás un cosquilleo burbujeante por todo el cuerpo que saldrá despedido de forma explosiva transformado en carcajadas incontrolables. Al mismo tiempo sentirás un irrefrenable deseo de saltar, bailar y dar palmas, para inmediatamente ponerte a dar abrazos y besos a todo lo que se te ponga por delante. Babearás y llorarás también. Esto es debido a que en la mezcla la proporción de salud ha quedado más bien escasa y a que te has pasado un pelín con el chorreón de licor, que mezclado con el azúcar y tras dar varios brincos, se te habrá subido a la cabeza. Esta acumulación de síntomas podría llegar a provocar, en casos severos, algún que otro síncope vasovagal (un desmayo, vamos) con el consiguiente riesgo de chichón del siete e incluso, en casos puntuales, (si te pilla bailando un zapateao sobre una mesa, pongo por caso) un traumatismo cráneo encefálico (el grito espontáneo de los mirones de la tele sería: se ha esnucao, es que se ha esnucao seguro) En cualquier caso...

  ¡¡Don't worry, be happy!! 

Los efectos más intensos acabarán pasando, y aunque los casos más graves no suelen ser frecuentes, hay que tener cuidado (según edad y condición física) con los saltos, bailes y demás movimientos compulsivos que pueden provocar dislocaciones, luxaciones, contracturas, lumbalgias, molestos accesos de tos (en los fumadores), incontinencia urinaria, el ridículo más espantoso (¿y a quién le importa?) y de lo que no se libra nadie, pero nadie, es de una cefalea (no hace falta traducción ¿verdad?)  del copón bendito. 
A pesar de los posibles daños colaterales, dicen (yo no lo he experimentado jamás) que cuando lo consigues es la releche, un subidón de aupa, y todas esas palabras rotundas que se os vienen a la cabeza de forma espontánea, pero que, aunque en el lenguaje oral son admisibles (en casos como el que nos ocupa) para subrayar y dan énfasis a la expresión, escritas se ven feuchas.

2.- Si en la primera ocasión no consigues este efecto deberás continuar el proceso, removiendo ligeramente la mezcla y repitiendo lo del llenado a ciegas (hacer trampas tampoco sirve de nada). En función de la cantidad de suerte que pueda caer en cada ocasión puede que los efectos no sean tan intensos, pero suficientes para llevarte un alegrón de no te menees.

3.- Si cuando hayas terminado con tu mezcla no has experimentado más que una torcida sonrisa de circunstancias es que la suerte (que dicen por ahí que es muy esquiva) ha pasao de ti, pero… en estos casos tendrás una proporción mayor de salud que te evitarán todos los efectos colaterales que produce la suerte reconcentrada y siempre puedes arrearle un chorreón final de licor (ahora está plenamente justificado). Si te das unos instantes para superar el bajón del primer momento (el cóctel rectificado ayuda) notarás una agradable sensación de plenitud porque…. vamos a ver …. 

¿No es de conocimiento público, general y reconocido por la Real Academia de la Vida que la salud es lo principal? 

¡Pues quién necesita suerte!

 ¡Con la resaca que provoca!

*0*0*0*0*

¿Lo has intentando? ¿Qué tal te salió? ¿De pena? ¿Un churro? ¿Se te cortó? ¿De p… culo? (¡esa boca por dios! que no es para tanto)

Por si te sirve de consuelo (a mi particularmente no, pero, oye, tengo que ponerlo todo) hay que tener en cuenta que se prepara sólo una vez al año y que es posible que aunque lleves toda la vida preparándolo nunca consigas atinar con la proporción perfecta, pero ánimo…

¡¡El próximo 22 de diciembre tendrás otra oportunidad!!

Y mientras tanto…

¡¡Qué la salud te acompañe!!


viernes, 20 de diciembre de 2013

Pon un cactus en tu navidad




Ya sé que en estas fechas lo que se lleva es la Poinsettia o, hablando en cristiano, la Flor de Pascua, como todos los hiper se encargan de recordarnos colocándola junto a los turrones y las bolas de colores, pero como mi espíritu de la contradicción aprovecha cualquier resquicio para imponerse, yo voy a dotar a mi blog del ambiente propio de estos días con mi cactus de navidad, que no es menos lucido y lleva años floreciendo temporada tras temporada sin desfallecer. Eso sí, tengo que reconocer que, o bien no entiende mucho de 
almanaques o acorde con mi espíritu de contradicción se empeña en florecer con cierta antelación, con lo que apenas puedo lucirlo cuando las visitas vienen en las fechas señaladas en rojo en el calendario. 

Este año no iba a ser distinto y fiel a sí mismo no ha querido concederme la mínima vanidad de presumir de él ante familiares y amigos y ha optado por preservar su timidez ofreciendo su esplendorosa plenitud para el reducido público que convive con él de forma permanente.

Pero ¡¡¡¡ajajá!!! como no podía permitir que un año más se saliera con la suya y escapara de la exhibición pública me he encargado, en varias sesiones, de dejar memoria gráfica de su fecundidad hasta llegar al momento de máximo esplendor y así poder compartirlo y presumir como hace todo creador o propiciador con sus criaturas, aunque su mérito se limite a alimentarla, examinarla, alentarla y finalmente mirarla con arrobo y admiración.


Aprovecho pues la ocasión para lucirla y adornar con ella mi saloncito durante estos próximos días y de paso os dejo entre sus flores mis mejores deseos de felicidad para todos.



lunes, 16 de diciembre de 2013

En el cajón de las nostalgias: una máquina de coser


Aunque lo parezca, esta máquina no es de Sira Quiroga, es mía y buena parte de mi vida, también pasó entre costuras. Hasta ahí las semejanzas, ni modista de señoronas encopetadas ni espías por ninguna parte. No, no hay novela en mi vida, ni el taller de Sira Quiroga se parece en nada al comedor de mi casa. Una mejor comparación sería la casa de los Alcántara, en la primera temporada de la serie Cuéntame, cuando Mercedes cosía pantalones en casa. Algo parecido era el comedor-cuarto de estar de mi casa, solo que más revuelto. En él se repartían todos los días del año y a todas horas, distintos montones de tela, de piezas a medio acabar, recortes y hebras de hilos que acababan por el suelo, bolsas con cremalleras, con botones, con etiquetas. Un batiburrillo alrededor del rincón de la máquina de coser compartiendo el mismo espacio con la televisión, el tresillo, la mesa camilla, seis sillas y unos  cuantos críos haciendo deberes, jugando y peleando. Y telas, hilos, tijeras, agujas, alfileres, botones,
corchetes, presillas, cinturillas, bajos, pinzas, bies, bobinas, canillas, hilván, remallado, ojal, pespunte, dedal… Objetos y palabras que entraron a formar parte de mi torrente sanguíneo, que se quedaron tatuados en mi cerebro. El sonido permanente del pedal, el chasquido del prensatelas al subir o bajar, la rueda girando a toda velocidad y mi madre inclinada sobre la máquina desde la mañana a la noche. Sin zapatos de tacón, sin las uñas pintadas, sin el pelo primorosamente peinado... durante más de veinte años. Como novela o como serie de televisión no vamos a ningún lado ¿Verdad?

En casa era imposible no topar con la costura y que no te salpicara. Mi madre apenas se levantaba de la máquina nada más que para hacer las comidas y comer. Incluso a mi padre en alguna época (cuando no había horas extras en la fábrica) le tocó pringar. No, no llegó a coger una aguja, él se especializó con la plancha. Otro aparato básico junto con la correspondiente tabla, que compartía, casi de forma permanente, el reducido espacio del comedor-cuarto de estar. Pegaba la fliselinas de las cinturillas, abría las costuras, asentaba bajos y le daba un repaso final a la prenda acabada y lista para doblar cuidadosamente y entregar en el taller.

No recuerdo con exactitud en qué circunstancias aprendí a enhebrar una aguja, o a hacer el nudo al final de la hebra retorciendo el extremo del hilo entre el pulgar y el índice (habilidad que de niña me maravillaba ver hacer a mi madre) pero lo que empezó como un juego entretenido, esa curiosidad maravillosa de los niños por aprender algo nuevo, pasó con los años a convertirse en un trabajo forzado. En un momento dado mi madre consideró que ya tenía edad para empezar a echar una mano con la labor. Además del colegio y estudiar ya tenía otras obligaciones en casa, del tipo de barrer, hacer los recados, fregar cacharros, etc, así que os podéis imaginar que la nueva obligación no fuera recibida con una sonrisa de niña buena, sobre todo porque ya no era una niña sino una adolescente dispuesta a enfrentarse a su madre como una leona por lo que consideraba un abuso de poder. Hubo broncas y gritos, pero tras duras luchas y negociaciones conseguimos llegar a un acuerdo, mi trabajo sería retribuido a razón (creo recordar) de un duro por bajo, es decir por falda. Eso ya era otra cosa, el dinero moviendo el mundo. Le cogí el tranquilo a aquello de coser dobladillos, cosía rápido, acumulaba faldas, sumaba bajos y al final de la semana cuando cobraba mi paga era feliz pensando en el siguiente libro que iba a poder comprarme.
La original la tiene mi hermana, ésta ha salido de internet

Cuando andaba por los catorce entró en casa una máquina moderna, una Refrey semiindustrial con un buen motor, que ayudaría a mi madre a coser más rápido con menos esfuerzo y la vieja Sigma quedó momentáneamente de lado. Tuvo mi madre la feliz ocurrencia de que el cursillo gratuito que ofrecía la casa Refrey para aprender todas los secretos de la máquina lo hiciera yo (tenía un montón de accesorios y posibilidades que mi madre prácticamente no llegó a usar nunca). No recuerdo bien si para entonces ya manejaba la Sigma, el  caso es que aquello acabó por soltarme en el manejo de las máquinas de coser y para ganar en productividad y efectividad mientras mi madre hacía el trabajo fino en la de motor yo pasé a coser los forros de las faldas en la de pedal. Y el caso es que le cogí el gusto a la máquina, me gustaba mucho más que coser a mano y le daba mecha al pedal. Cuando las dos máquinas funcionaban a un tiempo el concierto se hacía un pelín insoportable. No se si sería por nuestro trato más estrecho o porque sus líneas son más atractivas o porque su sonido es menos estridente, el caso es que la Sigma y yo hicimos buenas migas. No le tomé el mismo cariño al trabajo, demasiados años viendo a mi madre pegada a la máquina 15 horas al día para un magro resultado monetario. No quería saber nada de la costura. Tenía claro que ese no sería mi camino y en cuanto pude dejé de lado todo lo que tuviera relación con él. 

Años después me ha maravillado darme cuenta cómo era capaz de utilizar y llevar a la práctica cosas que en realidad no era consciente de saber hasta ese momento. Hasta el momento en el que la aguja deja de ser un martirio obligado a convertirse en un vehículo para la creación de tus propias ideas. Para eso fue necesario un periodo de alejamiento entre la costura y yo. Pasado el tiempo, a una distancia prudencial de la confección a destajo empecé a apreciar las ventajas de hacer mis propias cortinas, fundas de cojines y en su momento los disfraces necesarios para todas las fiestas infantiles. Cuando surgía la idea, mi cerebro parecía regurgitar conceptos y palabras que debían estar ahí latentes en algún pliegue a la espera de ser necesarios y sin apenas esfuerzo sabía como llevarla a cabo, aunque nunca aprendí a tomar medidas ni hacer patrones en base a ellas y mi destreza no da para confeccionar prendas un poco complejas. Empecé buscando la ayuda de mi madre para poco a poco ir ganando en atrevimiento y seguridad hasta que un día mi madre pensó que era más práctico que me llevara su vieja máquina a mi casa y no tuviera que ir a la suya cada vez que quería coser algo, total yo era la única que la usaba. Y aquí sigue conmigo, funcionando a pesar de sus muchos años y con muchísimas horas de trabajo a sus espaldas. Y si un día deja de funcionar seguirá ocupando un lugar especial en mi casa donde pueda mirarla y recordar a mi madre inclinada sobre ella y tantas y tantas tardes en que su familiar sonido servía de telón de fondo de mis juegos, de mis lecturas y de mi vida.

martes, 10 de diciembre de 2013

¿Por dónde íbamos?

¡Toc, toc!


¿Hay alguien ahí? ¿Por dónde íbamos?


Creo que he perdido el hilo. Venía amagando durante el último mes y al final ha estallado la crisis. Sí, en consonancia con los tiempos que vivimos yo también he entrado en crisis. Sólo que en este caso ha sido provocada por una escasez de tiempo. No voy a eludir mis responsabilidades, sin duda mi mala gestión a la hora de organizarlo y distribuirlo de la forma más eficiente entre todos los frentes que quiero cubrir ha sido la que ha provocado el colapso del blog. 

No os cuento nada que vosotros no sepáis sobre lo difícil que es conseguir que el tiempo se amolde a nuestros deseos. Quisiera recortar por un lado y estirar por otro pero no hay forma, no se deja. Ni puedo robárselo al sueño ni al trabajo que me da de comer, así que con el resto me apaño haciendo equilibrios, quito de aquí, pongo un poco allá y si tapo la cabeza destapo los pies porque haga lo que haga no llega para todo. Nada grave, nada más allá de la frustración que genera el choque entre deseo y realidad. El quiero y no puedo. Cuando encuentro un hueco no tengo ganas, cuando tengo una idea no tengo tiempo y al final acabas forzando las cosas para que encajen donde no tienen sitio y las piezas saltan por los aires. 

En el peor momento de la crisis pensé en el cierre del negocio cafetero pero no me apetece nada tomar una medida tan drástica, le he cogido yo cariño a este rincón mío y me gusta sentarme aquí a contaros cosas mientras nos tomamos un café. Por eso estoy intentando pensar en la mejor solución para seguir adelante salvaguardando mi equilibrio mental y la paz en la república independiente de mi casa. Aún no se cual será la fórmula más adecuada, supongo que pasará por actualizar el blog con menos frecuencia y acotar un poco los días de visita a vuestros espacios. 

Y...que me tengo que ir a hace la cena... Que ya sigo intentando escribir algo para otro día.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Fuerteventura



Casi todos habéis intuido que nos encontrábamos en el archipiélago Canario al que su origen volcánico le da ese tono tan característico y único. La sugerencia del sudeste peninsular tampoco iba muy descaminada porque la zonas semidesérticas de Almeria y las playas del Cabo de Gata pueden parecerse, aunque como apuntaba Marilú el pueblo típico se salía del cuadro. Curiosamente la que más se ha acercado afirma no haber pisado ninguna de las Islas Canarias, pero Koncha llega a preguntarse si puede tratarse de Fuerteventura, como así era efectivamente.


El reclamo de Fuerteventura son sus playas y su clima, pero sinceramente creo que el encanto de esta isla va más allá de sus costas y sólo es cuestión de mirar a través del cristal adecuado. Nos ofrece esta isla la singularidad de una naturaleza mineral y un tanto descarnada. Un paisaje peculiar donde predominan los colores ocres, una tierra seca, roja y negra y parda, rodeada de azul. Siendo este el tono general del interior de la isla, nos esperan sin embargo algunas sorpresas fascinantes, 


como el Parque Natural de Las dunas de Corralejo, kilómetros y kilometros de suaves dunas de un  amarillo pálido, casi blanco, entre el mar y el cielo, para perderse y olvidarse del mundo.





Y sin embargo la civilización queda muy cerca. Corralejo es una de las poblaciones 

importantes de Fuerteventura, pero no deja de ser un pueblo grande con mucho encanto. Sus calles más centricas tienen un ambiente muy agradable, con sus terrazas y música en vivo, están llenas de vida y de  color. Y pasear por su sencillo y peculiar paseo marítimo es como trasladarse a otro tiempo, donde las cosas quizá tenían menos glamour pero eran más auténticas. 





Como interesante es hacer un excursión en barco hasta el islote de Lobos, parque natural practicamente deshabitado, donde parece haberse detenido el tiempo.



Como os comentaba el otro día Fuerteventura tiene kilómetros y kilómetros de playa donde elegir. Las playas de Jandía al sur son muy bonitas pero en ellas se concentran las urbanizaciones playeras. Vista una, vistas todas y poco más hay que añadir, aún así os dejo una muestra para que veaís que en cualquier caso merece la pena visitarlas y disponen de todos los adelantos que la civilización pone a nuestra disposición.



Para mi es más interesante coger el coche e internarse por la pista de tierra (al menos hace seis años era así) que parte desde el Morro de Jable en el extremo sur y llega hasta la Punta del Tigre donde no podía faltar un faro solitario y casi, casi el fin del mundo, desde luego el fin del mundo civilizado en esta isla, donde se extiende la playa de Cofete,a la espalda de la península de Jandía, que se conserva en su estado natural, ya que afortunadamente no ha conseguido llegar hasta aquí la mano del hombre y su afán especulativo.



Cotillo, al norte de la isla, merece una visita, su puerto viejo y sus callejas siguen conservando su aire de pueblo pesquero, y si ha resistido la crisis el restaurante La vaca azul (esté sí merece el nombre con todas sus letras) puede ser una opción perfecta para saborear un buen pescado mirando el mar desde su terraza.


Podemos llegar al faro del Tostón, entre rocas negras y un mar color turquesa y acercarnos a visitar la Torre del mismo nombre, nada extraordinario pero curiosa y para rematar el día nada como un baño en una maravillosa playa de arena blanquísima viendo la puesta de sol. Una delicia. 






Betancuria, antigua capital de la isla, se encuentra en un valle que contrasta con la aridez general de la isla, aquí encontraremos palmeras y una mayor vegetación y el pueblo es un conjunto muy cuidado de casas encaladas y calles con plantas y flores que no hay que perderse. 




La casa de Los Coroneles, símbolo del poder cívico-militar de otros tiempos o la montaña de Tindaya, lugar sagrado y de culto para los antiguos pobladores de la isla,

son otros puntos interesantes para visitar. Quedan sin duda muchos otros que yo no llegué a ver y que serán el aliciente necesario para la siguiente visita, pero no quiero acabar este recorrido sin enseñaros un pequeño pueblo al que llegamos gracias al consejo de la chica de la oficina de turismo. 





Se trata de Ajuy, en la costa oeste. No es un pueblo turístico, no tiene ningún monumento destacable, su playa es pequeña y la primera de arena negra que vemos, pero el conjunto y el camino que bordea uno de los acantilados que cierra la playa se quedará guardado entre los mejores momentos del viaje.

Creo que las Islas Canarias tienen a su favor un punto de exotismo difícil de encontrar en otros lugares de España. Su situación geográfica, su clima y su origen volcánico las hace únicas y aunque tengan elementos comunes que le den un aire de familia, cada una tiene elementos propios y distintivos que marcan su personalidad. Sólo hay que fijarse en la concentración de Parques Nacionales que alberga su territorio. No las conozco todas, ni todas de igual forma pero espero ponerle remedio algún día y compartirlo con vosotros en algún otro viernes viajero.

Gracias a todos por acompañarme en este paseo por Fuerteventura, a la que siempre le ha tocado cargar con el cartel de la más fea, quedándose al margen de los circuitos turísticos. Y si bien es cierto que paisajísticamente no es tan espectacular como alguna de sus compañeras, tiene a cambio y gracias a esa marginalidad, un ambiente de otro tiempo, un sabor auténtico en sus pequeños pueblos, un trato muy cercano en sus gentes y atesora rincones realmente grandiosos en su sencillez. No es sólo venir a tumbarse en alguna de sus maravillosas playas, hay que recorrer sus carreteras, sus caminos, sus pueblos, dejarte llevar por la desolación de su paisaje, empaparse de su luz y respirar hondo su calma.