Yo me dispongo a tomarme algún que otro cafetito mientras tecleo, intentando pensar con cada sorbo y escribir entre uno y otro disfrutando de un momento especial en el que pueda volcar ideas, opiniones, sobre libros, música, imágenes, dar rienda suelta a algún que otro desvarío, desahogar algún grito, espero que también algo de humor, a través de esta gran ventana virtual.
Abierta queda. Si alguien quiere tomarse un café conmigo bienvenido sea.
Todavía no se como voy a salir de ésta, pero he decidido apuntarme a
¡¡mi primer reto bloguero!!
y lo ha conseguido Trotalibros con Roald Dahl.
¿Ahora que llega la navidad no os apetece rescatar un poco vuestro espíritu infantil a través de un autor que es toda una referencia en este ámbito? ¿Quien no conoce a Matilda, a Charlie y la fábrica de chocolate o a Las Brujas?
Hay plazo hasta el 2 de febrero para leer el libro que elijamos y... elijamos el que elijamos nunca será un tocho y la lectura no puede ser mas sencilla ni con más encanto.
Como veis el reto no tiene ninguna complicación, ¡para que me haya apuntado yo!
Para mi estreno he elegido la historia de Matilda y los más valientes pueden participar con todos los títulos que quieran.
Si os tienta la idea y queréis conocer todos los detalles aqui los encontraréis.
Una ciudad épica que sobrevive a sus propias
catástrofes. Una familia marcada por la explosión de un barco. Tres hermanos en
disputa ante la sombra de un patriarca noble, dos mujeres fuertes y seductoras
que tratan de llevar las riendas de la familia entre dos siglos en los que se
vivió el esplendor decadente de una monarquía con vicios, los desvelos de
intelectuales como Galdós y Menéndez Pelayo, capaces de salvar su amistad pese
a las diferencias, una belle époque que fue un espejismo previo a la II
República y la guerra, y un incendio que destruyó de nuevo la ciudad y la
esperanza de sus gentes.
Descubrí este libro en el blog Libros que voy
leyendo y me llamó la atención porque Santander es una ciudad que me gusta
mucho. Nunca había leído una novela que transcurriera en sus calles y me apetecía
saber más de ella y su historia reciente.
Tras la explosión
Ahogada en llamas nos habla de una ciudad y
una familia. De las relaciones humanas, entre hermanos, entre padre e hijos, entre
madrastra e hijastros, entre hermanastros. Amor, celos, odio. Personalidades
muy bien definidas que se van desarrollando y
cambiando con el paso del tiempo, con la experiencia, con la vida. Un padre
viudo con tres hijos, una madre viuda con una hija. También los criados de la
casa participan de la vida familiar y tienen un peso específico en la trama. Y
la figura de Diego Martín, el padre, será el referente de todos ellos y de la
historia que se nos narra.
El Cabo Machichaco en el muelle de Maliaño.
Con ellos recorremos Santander, desde Puerto
Chico y los muelles, a El Sardinero y al faro de Cabo Mayor, pasando por la
Alameda y por la península de la Magdalena, por sus barrios, sus plazas y su
mercado y a lo largo del tiempo que transcurre entre dos hechos que han marcado
la historia de esta ciudad. La explosión del vapor “Cabo Machichaco” en 1893 y
el incendio que la destruyó en gran parte en 1941. Por sus páginas pasarán
figuras de la literatura española como Galdós, Pereda y Menéndez Pelayo y
figuras políticas como el rey Alfonso XIII, que pasa los veranos en el Palacio de
la Magdalena que la ciudad le regala.
Ruiz Mantilla consigue enhebrarlos en la
historia como figuras secundarias que aportan el fondo histórico y social que
vive la ciudad en esos años.
Santander después del incendio de febrero de 1941
Es una historia sencilla, la historia de una
familia resultante de la unión de dos viudos con hijos de anteriores
matrimonios, con todo lo que ello puede conllevar a la hora de acomodar afectos
más o menos deseables. No deja de ser una historia común que nos resultará
cercana, sin misterios, sin secretos, con alguna tragedia que marcará sus
vidas.
Una historia lineal en la que asistimos a la
evolución que la edad y los acontecimientos imprimen en cada uno de los
protagonistas.
Jesús Ruiz Mantilla ha conseguido que me
emocione con sus personajes, incluso con aquellos cuyo carácter hace que
sintamos un cierto rechazo hacia ellos consigue que entendamos su forma de ser,
sus reacciones, que no dejan de ser profundamente humanas, para bien o para
mal.
Una profusión de calificativos a la hora de
narrar hace las descripciones muy vívidas aunque quizá en algún momento la reiteración
y el tono un tanto excesivo de los adjetivos llegue a cansar. Sobre todo he tenido esa sensación al principio de la novela, con las descripciones de la tragedia del Machichaco.
Sin embargo en otros momentos he disfrutado con los colores de la bahía de
Santander, del mar y del cielo y me ha resultado fácil sentir la humedad de un
día gris y también la alegría de un día de playa con los baños de olas de la época.
Si os gusta Santander, si os apetece saber
algo mas de cómo se vivía en España en el primer tercio del siglo XX en una
ciudad de “provincias” a través de las vivencias de una familia de clase media con
las rencillas, tensiones, amores y traiciones que pueden darse en tu familia,
en la mía o en la del vecino y que, por lo mismo, no nos resultará difícil sentirnos
identificados con alguno de los personajes o reconocerlos en nuestro entorno
cercano, entonces… os gustará esta novela
El otro día os hablaba del cuento de La
Cenicienta y de su significado sentimental. Hoy quiero contaros una pequeña
anécdota divertida (al menos para mi si lo es) sobre su lectura.
Cuando me regalaron el cuento ya me encantaba
leer y devoraba sus escasas páginas con autentico placer, recreándome tanto en
las ilustraciones como en las palabras y se que desde el primer momento seguía
perfectamente la historia: la pobre cenicienta maltratada por madrastra y
hermanastras, su hada madrina que convertía su sueño en realidad, el baile con
el príncipe, la perdida del zapatito y finalmente la maravilla de ver como el
príncipe la reconoce y la lleva a su palacio para convertirla en princesa.
Siendo como era un cuento de hadas para niñas
su lectura no debía resultar complicada, pero mi vocabulario a esa edad no era
demasiado extenso evidentemente y seguramente había palabras en el cuento que
leía por primera vez en mi vida, como bien pudo ocurrir con la palabra “trocó”,
cuando el hada madrina convierte con su varita los harapos en precioso vestido
y también probablemente me ocurría lo mismo con la expresión “briosos
corceles”. Sin embargo no me impidieron entender su significado dentro del
texto gracias a las ilustraciones que lo acompañaban, donde veía maravillada el
precioso vestido de Cenicienta, la carroza o los “briosos corceles”, como
maravillosos caballos blancos.
Había una palabra, por el contrario, que
siempre que la leía se me quedaba atascada entre los dientes, le daba vueltas y
mas vueltas sin conseguir averiguar qué quería decir. No parecía ser demasiado
importante en el conjunto de la historia, pero me fastidiaba no saberlo.
Seguramente desde nuestra perspectiva de hoy
en día, estaréis pensando en lo fácil que hubiera sido preguntárselo a un
mayor. Pues no, a los mayores entonces no se
les importunaba con semejantes tonterías y ni siquiera se me ocurrió
preguntarle a mi hermana mayor. Es probable que me hubiera prestado algo mas de
atención que mis padres, pero también podía despacharme sin mas miramientos
como si de una mosca importuna se tratara. Quizá también me daba vergüenza
reconocer que no lo entendía, el caso es que cada vez que me enfrentaba a esa
frase, me quedaba por un momento enganchada en ella con su sonido extraño e
indescifrable.
Para que podáis entenderme mejor quiero que
hagáis un pequeño ejercicio e imaginéis a una niña de seis años que sabe leer
pero desconoce absolutamente la existencia de los acentos, no digamos ya de las
tildes, y que la eficacia de su lectura comprensiva depende del conocimiento
previo que tiene de las palabras a las que se enfrenta y de su pronunciación
correcta.
Si partimos del desconocimiento de la palabra
lo más probable es que la descifremos como una palabra llana, ya que las
palabras graves son las más comunes en
nuestro idioma. También sabemos todos cómo puede cambiar el significado de una
palabra en función de su acento y de su correcto uso.
Pues esto es lo que me pasaba a mí con la
susodicha palabrita. Que siendo aguda y a pesar de llevar su tilde (seguramente
ni siquiera reparaba en la rayita esa que colocaban en algunas letras) yo la leía
y pronunciaba tanto mentalmente como en voz alta como una palabra grave que
perdía por completo su significado y dificultaba mis posibilidades de
reconocerla.
Llegué a la conclusión con el tiempo de que
debía tratarse de una característica del nombre al que acompañaba, aunque
también desconocía lo que era un adjetivo, si era capaz de reconocerlos de
forma instintiva al leer, así acabas por comprender cuando lees “la mesa
grande”, “el vestido amarillo” o “la niña alegre”, que la palabra detrás de
mesa, vestido o niña nos da información adicional sobre esa palabra.
Deduje que esa palabreja incapaz de descifrar
debía ser una característica de la palabra “caballero” a la que acompañaba,
como podían haber querido decirme que era alto, moreno, alegre o severo.
Ahora voy a escribiros la frase y voy a
pediros, por favor, que la leáis como yo lo hacía con seis años, voy a
escribirla sin tilde para que sea más fácil ponerse en mi lugar y debéis
olvidar que conocéis su significado para que podáis entender mi desconcierto.
“Un rico caballero enviudo y para que su hijita tuviese
una madre que velara por ella…”
¿Os parece gracioso? A mi me traía por la
calle de la amargura: “un rico caballero enviudo, un rico caballero enviudo, un
rico caballero enviudo”, me repetía una y otra vez intentando descifrarlo sin
conseguirlo.
¿Qué era un caballero enviudo? ¿grueso,
antipático, triste?
Si vais a la entrada del jueves pasado y miráis
las fotos del libro os daréis cuenta de que no hay ninguna del “rico
caballero enviudo” que pudiera darme una mínima pista de lo que querían
expresar esas palabras, quizá de ver a un señor triste y vestido de negro hubiera
llegado a deducir algo, aunque yo no supiera lo que significaba ser viudo. Pero
estaba completamente desamparada, sin recursos lingüísticos suficientes ni
pistas visuales que pudieran ayudarme.
Mi maravilloso cuento acabó con el tiempo
perdido en algún estante sin que le dedicara más que una mirada pasajera que se
deslizaba por su lomo rápidamente sin detenerse en él. Otras lecturas
interesantes lo habían desplazado y solo muchos años después acerté un día a
reparar en él rescatándolo de su olvido y abrí sus páginas deseosa de recuperar
por un momento la magia de otro tiempo.
Tras demorarme en sus ilustraciones y aspirar
su olor algo polvoriento y evocador, me dispuse a leerlo. Mis ojos se posaron
sobre la primera frase del libro y de
repente se abrieron como platos y una gran bombilla se encendió de golpe en mi
cerebro alumbrando por fin el significado de aquella palabra que se había
resistido a mi conocimiento infantil, convirtiéndose en un chinato con el que
tropezaba cada vez que leía mi cuento:
enviudó,
enviudó, enviudó,enviudó, enviudó
Por fin la palabra brillaba en todo su
esplendor alumbrada por la luz del conocimiento y del reconocimiento
Me repetía una y otra vez con una sonrisa de
oreja a oreja...
¡¡¡¡UN RICO CABALLERO ENVIUDÓ!!!
Durante un rato no pude parar de reír,
sorprendida porque aquella palabra que tan exótica y ajena me parecía de niña
no era una característica extravagante del caballero sino el vulgar pretérito
perfecto simple del verbo enviudar. Por fin el misterio quedaba desvelado y
podía darle una lectura redonda y perfecta a aquel cuento que me había hecho
soñar, a pesar de la palabrita, con hadas madrinas, príncipes azules y
zapatitos de cristal.
Seguro que vosotros también tenéis anécdotas
similares, ¿recordáis alguna?
Estoy segura de que todos sus niños de 40 años estamos hoy llorando y sintiendo profundamente la pérdida de ese gran payaso que fue Miliki.
Los payasos de la tele marcaron mi infancia, cambiaron mi idea del circo que no me gustaba demasiado, y semana tras semanas la familia al completo nos reuníamos ante el televisor para contestar a coro mas fuerte todavía: ¡¡bieeeeeeeeeeen!!
¡Cuántas tardes felices nos regalaron! ¡Cuántas risas! ¡Las aventuras, los juegos, los concursos! ¡Cuántas canciones inolvidables!
Ya no recuerdo en que contexto dijeron la frase: "el mar, idiota, el mar" pero cada vez que viajo a la costa es la primera que me viene a la cabeza cuando me asomo a verlo y no puedo evitar decirla, decírmela en voz alta: ¡el mar, idiota, el mar!
Cuando Fofó murió en 1976 fue una autentica conmoción para el país entero y los niños sentimos como si hubiéramos perdido a alguien muy cercano. Nos parecía entonces que el Circo de la Tele ya no sería lo mismo, sin embargo, Gabi, Miliki y Fofito consiguieron seguir haciéndolo muy bien y durante unos cuantos años más disfrutamos con ellos. Para cuando se separaron yo ya me había hecho mayor, pero tuve la inmensa suerte de que aquel circo loco y maravilloso acompañara mi niñez.
Nos sabíamos de memoria todas las canciones. Creo recordar que la primera que aprendimos fue "Hola Don Pepito", el "Feliz en tu día" pasó a cantarse en todas las celebraciones de cumpleaños y aunque algunas ahora serían políticamente incorrectas como "Los días de la semana", entonces las cantábamos todas sin pararnos demasiado a analizarlas. Mi favorita era "Susanita".
Pero "Un barquito de cáscara de nuez" se la he cantado tantas veces a mi niño de pequeño que irremediablemente ha quedado ligada a otros bellos recuerdos.
¡Qué sorpresa el día que descubrí a través del escaparate de una tienda de electrodomésticos que los payasos vestían de rojo! Para mi eran grises y me gustaban así.
Rabia, rabia siento. Me apetecería
desahogarla. Gritarla. Nos están tomando el pelo y nos lo estamos dejando
tomar. Nos quedamos en nuestras pequeñas parcelas cómodas y seguras. Tenemos
casa, tenemos trabajo, gastamos en libros, en cine, en cervezas, en viajes, cada
vez es menos seguro hasta cuando podremos tenerlo, pero mientras tanto allá
penas. Mientras les toque a los demás y a mi no, vamos tirando. Dejando que nos
cuenten lo que les da la gana, que nos digan que tenemos que aguantar, que hay
que apretarse el cinturón, que esto es lo que hay.
Es lo que hay ¿para quién? ¿quién tiene que
apretarse el cinturón? aquellos que están pasándolo realmente mal ¿a quienes les
importa? ¿a los mercados? ¿a los banqueros? ¿a los gobernantes? ¿al vecino? ¿al
compañero? Solo nos duele cuando nos da de lleno, no escarmentamos en cabeza
ajena y desde luego a quienes no les toca nunca de ninguna manera es a los
mismos que toman todas esas medidas, que deciden y dejan que decidan otros aun
mas lejanos, sobre nuestro trabajo, sobre nuestros derechos.
No están tomándose medidas para que el país de
todos funcione mejor, para que la economía de todos funcione mejor, no señor.
Las medidas que se toman son solo para que unos pocos, los de siempre, los que
tienen el dinero y el futuro asegurado puedan seguir ganando más a expensas de
una gran mayoría que debe conformarse con trabajar muchas horas a la semana,
con la amenaza permanente del despido, permanentemente coaccionados. Los jefes (señor/a
todopoderoso que decide quien trabaja y quien no) siempre tendrán la sartén por
el mango, nadie es insustituible, nadie está a salvo. A las puertas, esperando,
hay miles rifándose la oportunidad de trabajar aunque sea por unos meses,
aunque sea por un sueldo mísero.
A ellos, a los de siempre, solo les interesa
que tengamos lo mínimo para seguir dando vueltas en la noria detrás de nuestra
zanahoria.
No debemos tener mucho tiempo para pensar por
nosotros mismos, para disfrutar del ocio. Hemos tenido un pequeño amago de lo
que podría ser una vida mejor y eso es peligroso, porque resulta que alguien
tiene que trabajar y no van a ser ellos, faltaría más.
Somos unos vagos, eso es lo que somos, que
queremos vivir bien sin dar un palo al agua, queremos que nuestros hijos tengan
una buena educación, que tengan las mismas oportunidades nazcan donde nazcan,
que la sanidad que pagamos con nuestro trabajo no tengamos que volver a pagarla
para llenar los bolsillos de unos pocos, que las carreteras no sean una hucha
cuya llave solo tienen unos cuantos, que los vecinos de cualquier pueblo tengan
asegurado un medio de transporte que les permita acceder a los mismos servicios
que los habitantes de la capital y que ese sea el beneficio que debe esperarse
del servicio que se presta.
No les dejemos que mercadeen con todo, que
todo deba tener una rentabilidad medida en euros, que se privatice todo en
beneficio de unos pocos que, no nos engañemos, serán siempre los mismos y serán
los mismos que nos gobiernen y los mismos que decidan por nosotros, sin contar
con nosotros, qué está bien y qué está mal.
Lo público es de todos y el beneficio debe ser
para todos, todos debemos pagarlos con nuestros impuestos y nuestras cuotas y
todos debemos recibirlos cuando los necesitemos. Ya sea un trasplante de
corazón, la actuación del ejército en una catástrofe, la investigación científica
que ayude a la curación de una enfermedad rara, de esas de las que no se va a
encargar nunca un laboratorio privado porque lo que afecta a unos pocos no es
rentable, o la intervención de los bomberos en un rescate, en un incendio, en
un accidente.
Bajo la excusa de la crisis nos están
despojando de pedazos y pedazos de derechos, de bienes comunes, de servicios
básicos, de garantías que ha costado mucho conseguir, que quizá no funcionaban
todo lo bien que nos gustaría, pero es que ahora simplemente van a dejar de estar
o vamos a tener que pagar más por menos.
De puertas para adentro despotricamos mucho,
pero a la hora de la verdad agachamos la cabeza. Unos porque realmente tienen
la soga al cuello y no pueden jugarse el puesto de trabajo, otros porque nos
contamos excusas que nos permitan vivir con nosotros mismos y todos en último
término somos cómplices de lo que está ocurriendo, del desmantelamiento de una estructura
social y de servicios que no era la mejor posible, ni mucho menos, pero que estamos
dejando en el esqueleto.
Hay quien se arrodilla y reza: “virgencita,
virgencita, que me quede como estoy”
Hay quien tira por la calle del medio:
“sálvese quien pueda y tonto el último”
Hay quien adopta la actitud de los tres monos
sabios juntos: no ven, no oyen, no hablan.
Hay quien pretende manifestar su descontento
por todo ello y se lleva unas hostias como unos panes (hay quien se aprovecha
del río revuelto también)
No voy a hacer hincapié en quien ha podido
tener la culpa de haber llegado a este punto, de a quien le ha interesado
llevarnos hasta él. Está claro que ahora de lo que se trata es de salir del
barranco, pero me resisto a pensar que la única forma sea la que están
intentando vendernos, que la fórmula pase por formar una montaña cuya cúspide
esté ocupada por los líderes: los que detenta el poder y el dinero, la iglesia
en su limbo aséptico e intocable y en la base, amontonándonos como mejor
podamos, todos los demás, la gran masa de gente anónima nacida para trabajar
sin chistar, dando gracias al padrecito que nos da un puesto de trabajo que nos
permita pagarle por todos los grandes servicios que nos presta. Solo nos queda
morir por ellos en la guerra para olvidar que estamos en el siglo XXI.
Hay mucha gente que piensa que se dan demasiadas
situaciones de abuso y que hay que tener mano dura y no permitir desmanes. Vivimos
en un país de pillos, siempre dispuestos a escaquearse y burlarse del sistema y
además a vanagloriarse después de ello. Y es cierto, aunque mucho menos de lo
que nos quieren hacer creer.
Pero estando mal como lo está, cobrar el subsidio
y trabajar bajo cuerda, estando mal que el fontanero, el electricista, el del
taller, etc, etc, te hagan un presupuesto sin IVA y tu lo aceptes para
ahorrarte unos euros, estando mal intentar engañar al fisco con el escaso
margen que tiene un asalariado, estando mal que el abuelo saque con su cartilla
de pensionista alguna medicina adicional para la familia, que el que mas y el
que menos busque la manera de sacar beneficio del sistema público... ¿No es
muchísimo peor la corrupción endémica de este país que afecta a casi todos los
políticos sean del signo que sean, en mayor o menor medida, (no voy a entrar a
decir: tu mas)? ¿Que haya quien acumule varios altos cargos públicos y lo
compatibilice con otros puestos privados y pueda cobrar por todos ellos una
cantidad mensual que muchos quisieran cobrar al año? ¿Que se repartan
prebendas, se adjudiquen obras, se cobren comisiones no por unos cientos de
euros, sino por millones, aprovechando el puesto de privilegio que ocupan? ¿Que
casi cada político se ocupe de colocar en rimbombantes e inútiles puestos de
confianza a familiares y amigos, con unos generosos sueldos y sin mas merito
que ése? ¿Que haya directivos de bancos que se “jubilen” con pensiones
millonarias y tras su marcha el banco tenga que ser “rescatado” por el estado
con el dinero de todos so pena que se hunda el sistema financiero? ¿Que al
calorcito de la monarquía (que como mero objeto decorativo nos sale un poco
cara) haya quien se ha embolsado unos milloncitos de nada? ¿No es sangrante que si a ti se te olvida, se
te pasa o se te planta que no quieres pagar un impuesto o una multa te
embarguen en menos que canta un gallo tus cuentas bancarias, tu sueldo o tu devolución
de la renta y que luego tengas que oír hablar de amnistía fiscal a grandes
empresas que no deben unos pocos cientos de euros, sino millones? ¿No resulta bochornoso que aquellos que claman y acusan a los que se aprovechan del sistema
para vivir a la sopa boba (“que se jodan”) aprovechen sin rubor su privilegiada
situación a poco que se les presente la ocasión? ¿Cómo pueden tener todos la
cara tan dura y salir por la televisión pidiéndonos resignación y comprensión?
¿Exagero? ¿No se os vienen a la cabeza
nombres, caras y casos que al final en muchas ocasiones ni siquiera tienen
consecuencias políticas, no digamos ya penales?
Triste es el panorama que tenemos delante,
triste es que no parezca haber alternativas, triste que ni siquiera se planteen
alternativas.
No me puedo creer que todo fuera fachada, que
los logros conseguidos no sean mas que un castillo de naipes que tiembla a
punto de derrumbarse y que nos quedemos mirando impotentes como van cayendo las
cartas una a una.
Yo espero y deseo mantener lo que tengo, no
tirar por la calle de en medio, no cerrar los ojos, no taparme los oídos y a
veces, hablar para no reventar.
Una de las pocas opciones que tenemos a
nuestro alcance es la de manifestar nuestro descontento, nuestro desacuerdo con
todas estas medidas que nos van ahogando, que a base de tijeretazos nos van a
dejar en cueros.
Yo asistí, junto a cientos de miles de
personas de todas las edades, a la manifestación del miércoles pasado en Madrid
con la esperanza de hacer llegar el mensaje, sin mas intención que esa y al
finalizar, como la inmensa mayoría de asistentes, volví tranquilamente a casa a
cenar y ver la tele.
No
dejemos que la cuerda se rompa por el punto más débil.
(Me había propuesto al iniciar este blog no meterme en jardines de este tipo pero hoy al ponerme ante el ordenador esto es lo que me pedía el cuerpo y el ánimo, así que he dejado que los dedos volaran sobre el teclado y que la indignación se desparramara entre los párrafos.)
Hoy
quería hablaros del libro mas importante de mi vida. No, no vais a salir
corriendo a buscarlo. No es una lectura imprescindible. En este caso lo
importante no es tanto lo que nos cuenta como el libro en sí mismo. Este libro
es esencial en mi vida porque fue EL PRIMERO y durante mucho tiempo el
UNICO, el que abrió la puerta por la que
han llegado todos los demás.
Genuina pizarra principio años 70 (álbum familiar)
Parece ser que en realidad mi ansia lectora
surgió desde el mismo momento en que aprendí a juntar las letras para formas
palabras y frases con sentido. Desde “mi mamá me mima” y “toma la lata de
tomate”. Como si de un conjuro se tratara, al decir estas frases instantanéamente aparece ante mi la pizarra de la clase de parvulitos en la que están escritas.
clase de parvulitos, genuina cartilla Amiguitos (álbum familiar)
En aquellos tiempos muy, muy lejanos los niños
empezábamos el cole con 4 años y por entonces en cuanto entrabas te ponían el
babi, te sentaban en un pupitre y te colocaban delante la cartilla de
Amiguitos, un lápiz y a trabajar: escribir, leer, sumar y restar. No había
canciones, ni juegos, ni pintura de dedos. Con ese panorama no me dejaban
muchas opciones, lo único emocionante debía ser descubrir lo que escondían aquellas palabras escritas sobre papel.
No recuerdo lo que leía en el cole, sí
recuerdo a mi madre contando como las profesoras le decían que ya no sabían que
más darme para que leyera, porque debí agotar las existencias de la clase de
parvulitos mucho antes de que en junio nos echaran a la calle a jugar.
Yo era pues la pobre niñita incomprendida,
porque en casa no había ni libros, ni cuentos ni dinero para dedicarlo a algo
que no fuera de primerísima necesidad. Y en casa no consideraban primerísima
necesidad que la niña leyera cuentos. Afortunadamente había una tía joven y soltera, que trabajaba y
podía distraer parte de su dinero a favor de sus sobrinos y a la que le gustaba
leer, por lo que era mas dada a regalar cuentos que muñecas, ella no podía ser
otra cosa que ¡UN HADA MADRINA!.
El verano en que cumplía 6 años toda la
familia se desplazó a Barcelona para asistir a la boda de la sobrina mayor y
aquello se convirtió en unas vacaciones maravillosas rodeada de un
montón de tíos y primos. Tuve la inmensa suerte de que mi cumpleaños acertara a
caer dentro de esos días, lo que me convirtió en LA PRINCESA a la que todos
besaban y felicitaban.
En aquel entonces recibir regalos no era tan
común como en estos días, por lo que cualquier pequeño detalle se convertía en
un acontecimiento. Yo estaba contentísima con lo que iba recibiendo pero todo
quedó relegado cuando llegó mi hada madrina y me entregó un auténtico TESORO.
Mis ojos se abrieron como platos al ver el
regalo y la emoción que sentí entonces sigue llenándome ahora cada vez que lo
abro. Supongo que no podía ser de otro modo, porque las hadas madrinas siempre
saben qué regalo tienen que hacer.
En mis manos tenía el cuento LA CENICIENTA.
Se convirtió en mi posesión mas preciada, lo
miraba y remiraba, lo leía y releía, y cada vez sentía la misma fascinación
inagotable, lo encontraba tan hermoso y la historia me parecía tan maravillosa
que no me cansaba nunca de ella.
…y
como casi siempre estaba en la cocina y sus vestidos se
manchaban de ceniza, la llamaron Cenicienta.
y aunque los años y el mucho uso han pasado
factura a sus tapas y su lomo, su interior sigue brillando como el primer día,
su olor sigue evocando cientos de tardes asomada a sus páginas, sus colores
todavía me hacen soñar con príncipes y aún ahora soy capaz de recitar el
pequeño texto que acompaña cada hoja y sus palabras siguen sonando a mis oídos
como una hermosa melodía.
Más entonces apareció su Hada Madrina,
la cual trocó sus harapos en precioso vestido
y a una calabaza convirtió en carroza...
...al oir que sonaban las doce campanadas
tuvo que salir huyendo, y con las prisas
perdió uno de sus lindos zapatitos de cristal.
Y ante el asombro de las hermanastras de Cenicienta,
que vieron como el zapatito se amoldaba al pie
de la niña, el príncipe reconoció en ella a su amada...
No podía perderse entre otros cuentos, ni
entre otros juguetes porque no los había, por lo que su magia era mas potente y
su efecto muy intenso.
Con el tiempo otros cuentos vinieron detrás,
no muchos la verdad, y ninguno tan hermoso, pero los años pasaron también por
mí y yo quería conocer todas las historias del mundo y las aventuras
desplazaron a las princesas y la realidad desplazo a las aventuras y los libros
primero muy despacio y cogiendo velocidad como yo aumentaba años fueron
ocupando mis estanterías y mi tesoro quedó un poco olvidado, relegado a un
rinconcito.
Sin embargo otros posteriores se han quedado
por el camino, perdidos en una mudanza o en un préstamo, algunos incluso he
querido perderlos con toda intención. Pero LA CENICIENTA nunca se ha quedado
atrás, no ha salido de casa (la que tuviera en ese momento) aunque en casa haya
pasado por las manos de muchos niños y por muchos libros que pueda seguir
acumulando ninguno podrá quitarle su título de JOYA INSUSTITUIBLE cuyo valor
simplemente no se puede medir.
Alfonsina Storni que soñaba con ser como el
mar, que le pedía su fuerza y su
fiereza, que la volviera soberbia e inalcanzable porque se sentía débil, “con
el corazón como la espuma”, y quería la fuerza de la roca, acabó entregándose a
él, tirándose desde el espigón de la playa de La perla en Mar del Plata el 25
de octubre de 1938.
Alfonsina estaba enferma, un cáncer terminal
llevaba años minando su resistencia y haciéndola sufrir. ¿Fue la enfermedad la
causa del suicidio? Solo podemos especular respecto a ello. Lo que si parece es
que no fue un impulso repentino ya que un par de días antes escribió y envió
por correo al diario La Nación su último poema “Voy a dormir”, la expresión
pura de su deseo de descansar, de dormir para siempre.
En 1969 Ariel Ramírez compone la música y Félix
Luna la letra de una canción maravillosa que seguro que todos conocemos y que nos deja la imagen, difícil de borrar, de una Alfonsina vestida de mar. Son
muchos los que la han interpretado pero yo me quedo con la versión de Mercedes
Sosa.
Una letra que os dejo para leer despacio y un
vídeo para escucharla con calma